Hablamos con Carlos Blanco, actor y monologuista gallego que reflexiona sobre las dificultades para emprender el camino del humor en los tiempos contemporáneos

P: ¿Quién es Carlos Blanco? ¿Cómo te definirías como humorista?
R: Joe que pregunta, ¿quién soy yo? (risas) No me parece que sea el más indicado para responder essto, pero bueno, si hay que autodefinirse me definiría como un corredor de fondo que lleva treintaypico años en los escenarios, como una persona muy afortunada porque nunca tuve que hacer otra cosa más que aquello que me encanta, que es actuar. Actuar de múltiples formas, contando historias, haciendo humor como actor dramático en teatro, cine, televisión, presentando programas, haciendo radio, escribiendo… Por tanto, soy una especie de decatleta, entendiendo el decatlón como una prueba deportiva en la que hay que hacer varias cosas más o menos bien.
Como humorista, no sé muy bien cómo definirme. Intento no ofender, esa es la única característica, y poco más, es algo muy intuitivo. Cuando me piden hacer un curso sobre cómo hacer un monólogo, les digo que no sé cómo explicarlo, que solo sé cómo hacerlos, que los pruebo. Normalmente no escribo los monólogos, los pruebo con amigos y con el público, y si funcionan pues tiro para delante, que es la definición exacta de stand up.
P: Humorista referente a nivel nacional, tu larga trayectoria avala ese don para hacer reír a la gente, pero como toda pasión, también cumplirá un papel en ti mismo. ¿Qué significación tiene para ti el humor? ¿Qué papel ha cumplido en tu faceta más personal?
R: El humor es una forma de entender la vida. Mira, acaba de morir el Papa Francisco, y una cosa que me gustaba de él era que hablaba de no perder el humor. Si perdemos el humor, perdemos muchísimo. No digo que no se pueda perder, sobre todo si estás con una enfermedad o con un dolor que, comprensiblemente, no da cabida para reír. En todo caso, para mí el humor es una manera de entender el mundo, de reírse de uno mismo y de lo que me rodea, siempre desde el respeto.
P: ¿Cómo describirías la actualidad para la figura del humorista y para su libertad de ser, en tiempos de gran discrepancia sobre cuáles son sus fronteras?
R: Pregunta difícil esta, porque es complicado definir la función del humor en los tiempos que corren. Desde luego es una profesión de riesgo, porque a la mínima te cae una querella, porque con todo ese basurero de odio y miseria que representan las redes sociales hace que, de repente, gente tan miserable y cobarde se dedique a insultar de forma anónima, o toda la extrema derecha que se dedica a faltar y a insultar también. Aún recibí hace poco la protesta de una señora que fue a ver una actuación y no entendió nada sobre una broma totalmente irónica sobre una actuación de la Panorama. Me escribió indignada y yo le respondí que no había entendido nada, y luego me acabo pidiendo disculpas. El problema es que mucha gente no escucha, mucha gente salta a la mínima. Si haces una broma sobre los animales o sobre la homosexualidad recibes una catarata de ofensas, insultos, amenazas y miseria, es terrible. La figura del humorista desde luego que es una profesión de riesgo. Cada vez es más complicado y cada vez hay que andar con más cuidado, pero considero que seguimos siendo imprescindibles, porque la necesidad de reír es enorme. En todo caso, a mí me cuesta cada vez más sobre qué quiero incidir en mis monólogos.
P: ¿Consideras que el humor ayuda a conectar con uno mismo, a conocerse mejor y entender mejor cómo funciona nuestro entorno?
R: Pienso que el humor nos ayuda a quitarnos importancia, al final no somos nada. Bromeo con esto y digo que es una de las frases que se utilizan en el tanatorio y que es real, no somos nada. Lo que queda de nosotros cuando nos incineran es apenas una urna que no queda ni llena. Un amigo arquitecto me contó una vez que el 85% de esas cenizas son de la madera de la caja, por lo que nosotros somos el 15% restante. El humor nos ayuda a relativizarlo todo, a darnos cuenta de que estamos aquí de paso y que debemos intentar ser felices, sin amargarnos. Vi un día una pintada en el País Vasco que decía “para qué discutir por tonterías, cuando podríamos estar de acuerdo en tantísimas cosas”, y soy muy partidario de eso. Supongo que vendrá motivado también por el punto vital en el que estoy, ya con sesentaypico de años y con una visión más relativa de las cosas que nos rodean, pero creo que por ahí va el asunto.