El grupo coruñés construye una catarsis conceptual que canaliza las preocupaciones globales y personales a partir de la raíz del amor
La era de la concentración ha llegado a su fin. La heroicidad contemporánea se reduce a la fuerza de voluntad individual para leer diez páginas consecutivas, ver una película durante más de media hora, o degustar un álbum completo de nuestro artista favorito, sin recaer en la incipiente adicción a la tecnología. La industria musical, como estructura empresarial, se adapta a las características de la sociedad moderna, y diseña una concepción del consumo regida por la inmediatez y la necesidad casi patológica de novedad. No obstante, la vorágine mainstream alimenta, de alguna paradójica manera, un movimiento respuesta que aboga por un principio universal: la trascendencia de la música. La música, y el arte en general, va más allá de su condición de activo rentable; la esencia de la música radica en su capacidad para conmover, para recordar al ser humano su humanidad en tiempos de confusión, y en A Coruña tenemos a Kreze como baluarte de este paradigma.
Kreze se ha erigido como un sinónimo de valentía y autenticidad, con una propuesta muy reconocible. Basada en una inclinación inicial hacia la canción de autor, la identidad musical del grupo evoluciona a un sonido mucho más ambicioso, potenciado por la incorporación de las cuerdas frotadas y pulsadas a su anatomía. Este revestimiento de tintes clásicos evocan atmósferas oníricas que enaltecen la narrativa de las canciones, aspecto fundamental de la personalidad de Kreze. La prosa poética de las letras demuestra un compromiso con el concepto, con el interés por contar historias. En «Ser», álbum debut de la formación, existe una coherencia temática y sonora desde el principio hasta el final, consumada en forma de conciencia introspectiva y colectiva. Entre la apertura sinfónica de Romanticidio y el cierre nostálgico de Final se extiende un sendero conceptual que convierte al disco en una obra homogénea, uniforme y con sentido. Kreze promulga una autenticidad inusual dentro del mercado, un apego al propósito primordial de la música, canalizadora del caos emocional que habita en el fuero interno de todos nosotros. Kreze es pasión, catarsis y, sin lugar a dudas, un refugio para la virtud más importante del espíritu: el amor.