Por Susana María Veiga Ares

¿Quién se atreve a dudar del talento de un actor consagrado? Décadas de trabajo en películas, teatro y series de televisión han convertido a Pedro Casablanc en un rostro más que reconocible. Fuimos muchos los que estuvimos en el Teatro Rosalía de Castro para verlo en “Don Ramón María del Valle-Inclán a través de Ramón Gómez de la Serna”, acompañado de Mario Molina al piano y dirigido por Xavier Albertí. Entre el público, algún escritor afamado, cuya cabeza plateada no desentonaba entre las crines provectas que abundaban en el auditorio. Pena que el discurso universal de Valle, filtrado a través del talento literario del glorioso De la Serna, no atrajera más población en edad formativa; porque lo que se vio en el Rosalía fue una master class de teatro, muy recomendable para toda la tribu que sueña con ser intérprete, y muy necesaria para todos los que aún decimos creer en la literatura.
Sí, hay que hablar del Casablanc de aquella noche. El actor valió por dos a un tiempo, pues se desdobló incesante en las voces de Gómez de la Serna y de Valle-Inclán, Ramones los dos, literatos vivenciales y adictos a la palabra. Sus almas brotaron volcánicas a través de la prodigiosa dicción de Pedro Casablanc, que hechizó desde el primer momento como un prestidigitador de guante blanco y monóculo bizarro. Caímos en el encantamiento y ya no salimos de él hasta hora y pico después, cuando el piano cesó y bajó el telón. Ambos Ramones nos secuestraron en su escoba brujeril para hacernos viajar en un vuelo de palabras mágicas hasta la España decimonónica en la que nació el Valle-Inclán niño y se forjó el Valle-Inclán adulto a base de cincel literario. El talento de Gómez de la Serna resultó la vía más acertada para contar el viaje del héroe que realizó Valle-Inclán de forma consciente y pertinaz, culminado por la maestría actoral de Pedro Casablanc, que encarnó un retrato sublime de ambos genios. Pero Casablanc fue más allá y asumió el desafío máximo de la interpretación, esto es, ser todos los personajes a un mismo tiempo: Gómez de la Serna y Valle-Inclán, pero también un Echegaray sugerido o los bulliciosos tertulianos de los cafés madrileños de los años 20, e incluso los personajes domésticos que incordiaron al gran genio gallego con las inconveniencias de la vida. Esto fue posible porque los dos Ramones (De la Serna y Valle) vivieron dentro de la literatura, porque la forzaron a ser su única vida. Ambos fueron literatura en carne propia porque así lo decidieron. En esta representación, también Casablanc vivió dentro del teatro y pareció respirar a través de él, como si el género lo poseyera y le insuflara una vida múltiple y fluvial, a medio camino entre el arrebato místico y la bacanal dionisíaca, pero con la apostura del dandy que deambula por un Madrid otoñal, vanguardista y caleidoscópico.
Sí, hay que hablar de Pedro Casablanc porque en la pieza de Xavier Albertí estuvo portentoso y disfrutón. Durante esa hora y pico, Casablanc fue un género literario en sí mismo, una quintaesencia, una lámpara maravillosa que, tocada por el haz de luz escénico, liberó el principio activo que Valle-Inclán decantara en su alambique dramático. Con esta obra, que le valió el Premio Talía al Mejor Actor Protagonista de teatro de texto y el Premio Godot al Mejor Intérprete Masculino, Pedro Casablanc nos dio una master class de literatura y de interpretación, además de regalarnos una reflexión magistral sobre el arte y la vida.
“Don Ramón María del Valle-Inclán a través de Ramón Gómez de la Serna”, de Xavier Albertí, con Pedro Casablanc, acompañado al piano por Mario Molina.
Ciclo Principal- Outono 2024, Teatro Rosalía de Castro (A Coruña)
27-28 septiembre 2024.