«Alta fidelidad»: la virtud del amor diletante

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La adaptación a la gran pantalla de la novela de Nick Hornby nos transporta a una amalgama emocional de música y reflexiones sobre la ruptura amorosa.

«High Fidelity» John Cusack, Iben Hjejle © 2000 Touchstone Photo by Melissa Moseley

La vida de un treintañero melómano que intenta recuperar a su expareja, mientras personifica la idea de laxitud con sus amigos de profesión, en una tienda de vinilos poco rentable, como idea original no resulta especialmente interesante. Sin embargo, lo que representa Alta Fidelidad supera el tedio cotidiano de la realidad, alzándose como una reflexión fidedigna sobre el desamor, las aristas de las relaciones humanas, y la lucha inquebrantable por aquello que se quiere.

No es tarea fácil ser el protagonista absoluto de una película sin fracasar en el intento. Pero la presión de brillar no afecta al carismático John Cusack, que nos ofrece una interpretación casi perfecta en la piel de Rob Gordon, dueño de una tienda de discos de Chicago que está al borde de la quiebra. Comparte reflexiones sobre sus gustos musicales con sus dos empleados, Dick y Barry, mientras intenta recuperar el amor de su expareja Laura, que está saliendo con el vecino de arriba.

La narración en primera persona de Rob nos adentra en su mundo interior, mostrándose como un personaje complejo, que roza la apatía social y personal, sin demasiadas convicciones sobre las que apoyarse. A raíz de su ruptura con Laura, intenta encontrar los motivos por los que sus parejas siempre lo rechazan, en una línea narrativa que nos presenta la búsqueda de una respuesta en todos sus amores del pasado. Lo más interesante es su incesante empeño en recuperar el corazón de Laura, una actitud un tanto contradictoria, si nos remitimos únicamente a la aparente resignación vital en la que está sumido. La escena en la que Rob mira desde la cabina de teléfono a su ex, que lo observa por la ventana del piso de Ian Raymond -el amante de Laura- refleja su desesperación obsesiva por arreglar aquello que, aunque no es consciente, él mismo rompió. Trata de escapar de la nostalgia con fantasías esporádicas que descubre en otras mujeres, como la arrebatadora cantante Marie de Salle, con quién comparte la aflicción propia del desamor.

El desarrollo del intento de Rob de reconciliarse con la mujer que ama nos expone una relación sentimental heterogénea, que contrapone la evolución de Laura según pasa el tiempo, con la indiferencia existencial del protagonista, que no encuentra salida a su estancamiento personal. A pesar de la enorme lista de diferencias que atesoran, su conexión es verdadera, trasciende más allá de las fantasías vacuas de Rob. Porque el amor que los une es más poderoso que los problemas cotidianos, las discusiones del día a día, o las pequeñas cosas que no les gustan de ambos. Y por su condición de real, es un vínculo especial e inquebrantable.

Además de la actuación excepcional de John Cusack, «Alta Fidelidad» es una película redonda gracias a sus personajes secundarios, que completan el arco argumental de Rob Gordon. Sus compañeros de trabajo, Dick y Barry, con las sobresalientes interpretaciones de Todd Louise y Jack Black, complementan la personalidad caótica de su jefe; la timidez desmedida de Dick y el excentricismo de Barry hacen del trío de melómanos un grupo humano con el que simpatizas desde el primer minuto. Mención especial para una secundaria tan ilustre como Joan Cusack, en el papel de Liz, la hermana de Rob Gordon, y los cameos de Catherine Zeta-Jones y Tim Robbins, que dan vida a Charlie, una de las exparejas del protagonista, y a Ian Raymond, el supuesto portento sexual que atormenta a Rob, respectivamente. Y qué decir de Laura, la formidable expareja que encarna la actriz Iben Hjejle. La luz que desprende con cada palabra, cada sonrisa, cada mirada, es única, pero los detalles que la convierten en un gran personaje radican en su naturalidad, su inteligencia, y su capacidad para dar sentido a la vida de un tipo sin rumbo.

Alta Fidelidad no es una película romántica al uso. Tampoco cree en las historias fantásticas. Con todo, emociona como la vida misma, pues su fidelidad a la realidad es la que la vuelve tan especial, tanto como una fantasía ocasional.

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