Desde sus inicios hasta el fenómeno viral de Napoleón, recorremos a fondo la trayectoria del reconocido académico y divulgador histórico coruñés Juan Granados.

A lo largo de los años, coincidimos con una marea infinita de personas, en situaciones completamente diferentes, en contextos previstos o improvisados sobre la marcha. La mayoría descuida profundizar en su pasión, sea cuál sea. Luego están los otros, los disidentes de la tediosa corriente de la laxitud, que destilan su amor incondicional por aquello que aman, con cualquier persona, en cualquier situación, en cualquier contexto. Hemos tenido la oportunidad de entrevistar a uno de esos rebeldes, uno de los que han sido capaces de transformar su pasión, sembrada durante la infancia, en la profesión de toda una vida. Hablamos con Juan Granados, licenciado en Geografía e Historia, en la especialidad de Historia Moderna por la Universidad de Santiago de Compostela, se especializó en Historia económica en el Instituto Internazionale Francesco Datini en Prato (Florencia). Actualmente ejerce de inspector de educación, y es un reconocido divulgador histórico y escritor de novela histórica. Entre su bibliografía, nos encontramos con libros como Sartine y el caballero del punto fijo (2003), Breve Historia de Napoleón (2013)- que alcanzó el TOP 3 en ventas en Amazon en paralelo al fenómeno cinematográfico del Napoleón de Ridley Scott-, o su trabajo más reciente, Delito y Castigo en España: Del talión a nuestros días (2023). Es la hora de que se abra el telón.
P.: Me gustaría comenzar preguntándote cuándo arranca tu trayectoria como escritor y, sobre todo, por qué está vinculada a la Historia. ¿Dónde comienza tu gusto por la Historia?
R.: Esta pregunta es fácil de responder en mi caso, porque mi padre era marino, pero también era un extraordinario lector y, fundamentalmente, lector de Historia. Entonces, siempre tuve en casa la posibilidad de acceder a una biblioteca bastante amplia de temas históricos, que me llamaban mucho la atención. Hay que tener en cuenta que, cuando yo era un chaval, pues no había internet y había sólo dos cadenas de televisión y no todo el tiempo [risas]. Por eso, nos entreteníamos bastante pues, no sé, leyendo las cosas que tenía mi padre, por ejemplo, fíjate, las obras completas de Winston Churchill… uff, yo que sé… Tenía mucha bibliografía sobre la Segunda Guerra Mundial, por ejemplo, o sobre cuestiones navales, y tal… Por eso, no es extraño que, primero, me diese por hacer Historia, y luego, hay que tener en cuenta que siempre te aúpas a hombros de gigantes: tuve la suerte de ser alumno de personas importantes en el campo de Historia, como don Antonio Eiras Roel y Juan Gelabert en Santiago, y luego en Italia, cuando hice la especialidad de Historia Económica, nada menos que a Fernand Braudel, con lo cual… Pues tuve a los mejores maestros, eso siempre te motiva mucho. A mí me motivaron en dos aspectos: tuve una variante digamos académica, donde me dediqué fundamentalmente a estudiar la administración borbónica, después de la Nueva Planta, para entendernos, en especial los intendentes, como el de Galicia, “los ojos y los oídos del rey”, copiando un poco, digamos, la estructura centralista francesa. Pero luego, me parecía que también podía prospectar cosas más informales, y entonces, esa mezcla del gusto por el mundo naval y la historia pues me llevó a hacer la primera novela, que fue Sartine y el caballero del punto fijo, que tiene que ver con la formación del Arsenal de Ferrol, el Marqués de la Ensenada, Jorge Juan… es decir, toda aquella gente que se dedicaron a estudiar en Londres para conseguir crear un Arsenal fantástico como es el de Ferrol, ¿no? De forma que, entre otras cosas, consiguieron construir entre 1753 y 1755 doce navíos de línea, que no es cosa pequeña, ¿no? Una manera de preservar la carrera a la India me parecía muy importante poder novelarlo y por ello empecé, aunque luego hice cosas que no tenían mucho que ver, como una novela en torno a la segunda campaña del Gran Capitán en Nápoles, por ejemplo. Luego, con el andar del tiempo, una cosa te lleva a otra, te llaman editoriales distintas y vas prospectando campos diferentes, ¿no? Luego, entró en contacto conmigo la editorial Nowtilus, hice una Historia de los Borbones españoles, una de Napoleón, también, que ha tenido bastante recorrido en estos últimos años, una Historia del liberalismo, que me interesa especialmente… En definitiva, le pego un poco a muchas cosas, y últimamente a cosas de divulgación histórica. Lo último que he publicado es un libro que se llama Delito y castigo en España, y que es, digamos, un repaso por la evolución de los delitos y las penas en la historia de España desde la Prehistoria.
P.: Sí, he comprado un ejemplar de este libro que mencionas. Lo tengo aquí…
R.: Ah, ¿sí? [risas]
P.: Sí, aquí lo tengo… Lo tengo pendiente de leer. Parece muy interesante…
R.: Bueno, es un poco académico; tiene que ver con una de las materias que imparto en la UNED, que es “Delito y castigo en España”. La explicación es sencilla porque se estudia mucho en Derecho, en Historia del Derecho, lo que ocurre después de la codificación del Código Penal y del Código Civil, pero mucho menos lo que ocurre en el Antiguo Régimen, donde había, como sabes, unas penas desaforadas, de galeotes y la Inquisición y todas aquellas cosas… Y entonces me apetecía mucho contar un poco lo que hubo antes. Y esa fue la idea. Y en eso andamos, más o menos, así como resumen.
P.: Claro, pero para explicar un poco esta larga trayectoria, a mí me interesa saber cuándo es el momento. Porque es cierto que la vida siempre te va llevando, la corriente, hacia un puerto u otro….
R: Sí, sí…
P.: Pero ¿cuándo es el momento en que piensas convertir algo que es como una pasión que viene desde la infancia, desde la cuna, en una profesión, en… bueno, en trabajar sobre ello?
R.: Bueno, yo creo que eso… O sea, yo creo que todos tenemos sueños, ¿no?, unos más que otros, pero todos tenemos aspiraciones. Yo creo que el secreto para conseguir estas cosas o para, digamos, hacerlas tangibles, es sólo uno: calentar la silla, ¿sabes? [risas]
P.: Sí, [risas] tener paciencia…
R.: [Risas] Todo el mundo puede tener aspiraciones, pero para eso hay que elegir el camino duro, para llegar a algún sitio. La primera novela fue un verano que, bueno, había aprobado las oposiciones de profesor de instituto hacía ya un par de años, y una vez que das clase unos años pues el temario, digamos, no lo tienes que repasar y yo me decía, pues no voy a estar así hasta que me jubile, ¿no? Entonces, dediqué un verano a hacer la primera novela, y luego, simplemente, información. Miré en internet qué agentes literarios había en España, y se me ocurrió enviársela a dos o tres. Me contestó uno, que me presentó a mis editores, y a partir de ahí ya te lleva la vida porque ya te van encargando, ya entras en esa dinámica de producción.
P.: Sí, totalmente.
R.: Pues fue… digamos, intentarlo. Aunque, bueno, ya había hecho unos pinitos en una editorial local, aquí [en Coruña], que estaba en Perillo, que es Vía Láctea. En aquel tiempo, hicimos cosas muy bonitas; hicimos una Historia Contemporánea de España, otra de Galicia, cosas que eran parecidas a textos académicos pero con un tono divulgativo. E incluso algunas colecciones, que a mí me encantan esas cosas, para periódicos, como una que se titulaba “Coruñeses ilustres”… Así que yo siempre trabajé un poco de lo que hubiera que hacer, ¿no?, que es como se empieza. Está muy bien empezar con una editorial pequeña porque te ponen a hacer de todo, a recortar fotos, que no había otra cosa entonces para que las escanearan y las pusieran en su lugar con el pie correspondiente, ¿no? Entonces, claro, eso me dio una fortaleza editorial que no tiene otra gente, una vocación editorial que es muy importante. Porque una cosa hay que señalar siempre, que ahora se está perdiendo mucho con la autoedición y todo esto, y con lo precarias que son muchas editoriales hoy en día: contar con un buen editor de mesa, que son verdaderos sabios, y hacerles caso, en el sentido de que a veces piensas que has hecho una obra maestra pero te dicen “mira, aquí repetiste cuando fui tres veces en la misma página”, ¿no? [risas]
P.: Hay que hacer caso, sí, revisar es muy importante…
R.: [Risas] Claro, el trabajo editorial es, así, el más enojoso, corregir las galeradas, darle vueltas y tal… No es tan sencillo…
P.: Es tedioso, sí…
R.: Es tedioso, claro… esa es la palabra. Y bueno, creo que esa formación primera creo que me ayudó mucho a moverme en ese mundo después. Así que yo creo que es el cincuenta por ciento, lo que dices tú, el cincuenta por ciento pasión, el cincuenta por ciento trabajo, y trabajo duro, ¿eh? Aquí no valen fines de semana, ¿sabes? [risas] Porque te tienes que ganar la vida de lunes a viernes, corregir exámenes y de todo [risas].
P.: Claro, al final tienes que compaginar y… seguir adelante.
R.: Y criar hijos [risas].
P.: Claro, familia… lo que viene siendo la vida adulta… nos entendemos todos [risas].
R. [Risas] Exacto. Porque luego resulta que tienes piscina e inglés los martes y los jueves, y cosas así [risas]. Ya sabes, ¿no? [risas]
P.: Pero bueno, pero eso también nutre lo que es la esencia de vivir, ¿no?
R.: Claro, exacto, sí, sí, sí.
P.: Porque no se puede escribir sin tener que llevar al hijo a piscina, sin… Al final, te sientes vacío por una parte, ¿no?, si no tienes eso…
R: Sin embargo, hay gente muy purista… A mí me llegaron a decir: “usted es escritor de fin de semana”, ¿sabes? [risas]
P.: Mira, los puristas siempre hay que tenerlos un poco de referencia, pero tampoco como el ejemplo a seguir, ¿eh?
R: No, no, qué va, qué va [risas].
P: El equilibrio siempre es positivo.
R: Están muy endiosados, entonces ¿qué pasa? Que tampoco quieren competencia, entonces si te pueden desanimar lo hacen.
P: Totalmente.
R: O sea, no hay que hacer nunca caso de eso [risas].
P: Y así, desde el punto de vista de un escritor que ha desarrollado tanto el ensayo como la divulgación o la novela, ¿qué prefieres? ¿La infinitud del mundo creativo, de la ficción, o la divulgación, el ámbito académico y su exactitud?
R.: La verdad, la narrativa es apasionante pero es durísima, es muy dura, porque supone que tienes que integrar descripciones con diálogos… Es bastante más complejo que escribir del tirón la narración, más o menos divertida, de unos hechos. Para mí es bastante más complejo hacer literatura. Porque, al final, la narrativa histórica no deja de ser literatura, y si no, no es nada, porque aburre a las ovejas, ¿sabes?
P. Claro [risas].
R. Entonces [risas], eso es lo más complicado. Es bastante más sencillo si estás bien instruido en historia y dominas la materia, pues reflexionar sobre ello es ir para adelante y atrás, consultar notas, leer otras cosas y tal… Pero, es más fácil de sintetizar una narración ordenada. Por ejemplo, cuando hice el libro este del liberalismo, pues es hacer la foto de cada momento desde, no sé, desde Grecia la idea de libertad en adelante, por ejemplo. Y vas buscando, vas sacando y vas concluyendo. Luego, la novela histórica es distinta. En novela histórica hay que tener chispa, creatividad… las descripciones son más complejas, por ejemplo. Y lleva… es un comecocos, la verdad [risas].
P.: Sí, porque, en cierto modo, tienes que trasladar todo lo que tienes en la imaginación, fusionarlo con una ambientación en este caso histórica, que sea congruente, y que se pueda leer, que digas “esto no es una mierda” ¿no? [risas]
R.: Claro, y no meter la pata. Lo bueno es cuando coges un personaje ficticio pero dentro de un ambiente real. Es decir, que tu personaje esté al lado, pues, de Felipe II, por decir alguno.
P.: Claro, porque si te inventas un rey ya es mucho más complicado…
R: Si es un personaje histórico de verdad, por ejemplo, el Gran Capitán, era más complicado. Cuando hice esa novela, que era una novela enorme, de casi 600 páginas… ¿por qué? Porque era un personaje real, y ahí te pueden pillar en cualquier cosa. Y aparte, no se sabe tanto como parece. Llega un momento que encuentras unos vacíos brutales. Sin embargo, si es un personaje secundario andas más libre, sólo lo que tienes que hacer es contextualizarlo. Luego, la gente te discute mucho, “oiga, que no podía haber pistolas revólver en 1750”. Pues sí, ¡y tuve que mandarles la foto! [risas]
P.: Sí, porque al final, las inexactitudes de algunas personas a la hora de opinar están a la orden del día…
R: Claro… A ver, es muy importante en ambas cosas, pero también en la novela histórica: la documentación. Es esencial. Tú no puedes poner a un lasquenette vestido de suizo, ¿comprendes? [risas]. Ahí la cagas, siempre. Hay que ser muy cuidadoso con la ambientación. Esto que hacen tan bien los ingleses en las series históricas, ¿no? O que hacían… porque ahora tampoco lo hacen. Es muy importante la recreación fiel a la realidad, porque si no se te cae todo el sombrajo. El aparataje te queda vacío.
P.: Claro… porque otra pregunta que también quería hacerte, y es que si la fidelidad histórica es importante para películas, todos contenidos visuales que ahora nos meten a presión… Hay muchísimas adaptaciones cinematográficas de eventos importantes, como ahora mismo la figura de Napoleón…
R: Sí, bueno… Vaya lío que se montó con eso…
P: Sí, luego hablaremos de eso, que también es importante. Pero, ¿tiene que ser una consigna obligatoria la fidelidad histórica, al menos en un porcentaje importante?
R: Bueno, yo creo que sustancialmente sí, pero tampoco es imprescindible en el siguiente sentido: al final, el cine es un arte distinto, y cualquier creador se puede tomar ciertas libertades. No pasa nada. Pero, si hay que elegir, yo me siento mucho más a gusto con una película bien recreada, con expertos, que es lo que se debería hacer. Por ejemplo, en Master and commander, que es una especie de síntesis de las novelas de Patrick O’Brian, el director es un tal Peter Weir, fantástico, y el tipo se empeñaba mucho en que la tablazón del barco fuera exactamente como era en el siglo XVIII, principios del XIX. En esa época, la napoleónica. Y se ocupaba de eso, de que no hubiera una verga mal diseñada, que correspondiera a barcos de otra época. Esa película quedó muy redonda, precisamente por esa credibilidad. Todo lo contrario de lo que podemos hablar de Napoleón, que en ese sentido es un verdadero desastre.
P.: ¿Qué opinas de Napoleón? ¿Qué opinas de la película y del fenómeno en general?
R: Hace poco estuvimos en una charla hablando sobre eso, y opino lo que opina mucha gente que se dedica al negocio, los que saben un poco del mundo napoleónico. Pues, hombre, fue un poco decepcionante… en el sentido de que, aparte de errores históricos muy de bulto, es decir, poner a Napoleón…, que ya sé que es un recurso literario…, pero poner a Napoleón cuando guillotinan a María Antonieta es absurdo, porque estaba en otro sitio, en el sitio de Toulon, que es cuando ascendió en el ejército…
P.: O en el caballo con la espada, también…
R: Sí, bueno… Es que Napoleón iba en berlina [risas]. No iba a caballo… Iba a caballo en la juventud, en Italia, que es cuando se montaba, pero no cargaba a caballo, eso ya lo hacía el mariscal Ney, que para eso lo tenían. Después, a lo mejor el uniforme de general del Directorio cuando es emperador no tiene ningún sentido. Un uniforme, así, chabacano, de los típicos de finales de la Revolución, que iban así como muy exagerados. Que eso acabó con él en el Consulado; no iba vestido así, iba vestido con su abrigo gris marengo, típico abrigo gris marengo, que viene de ahí… Y el bicornio, que había copiado a Federico II de Prusia, que era su ídolo absoluto, curiosamente. Iba vestido de otra manera, no tenía nada que ver. Y luego el actor… Claro, pones un cincuentón como si tuviera veinte años, él tenía veintipocos cuando estaba en el sitio de Toulon. Y luego hay cosas de matiz. Napoleón era un tipo hiperactivo absolutamente, con una capacidad de creación brutal, que no estaba quieto, ni dormía casi cuatro horas al día. Entonces, poner a un tipo que se queda delante de las cosas como pasmado, mirando las batuecas…[risas].
P.: Sí… un pusilánime…
R: [Risas] Exacto. Creo que no dieron con el quid del personaje, y mira que era fácil. Porque mira que es un tío biografiado… No sé. No parece Napoleón, parece otra cosa. No parece Napoleón en absoluto. Luego, por ejemplo, el episodio este de la batalla de Borodinó, que en realidad ya estaba todo perdido para el ejército aliado, esto de que murieron ahí miles de rusos… Bueno, en realidad, murieron veinte, o sea que… [risas] Que eran los que llevaban los cañones. Y además no eran lagos, sino una zona lacustre, pantanosa, con muy poca profundidad, y cuando recuperan los cuerpos no eran más de una veintena. Entonces, claro, para el cine queda muy bien, pero para la historia queda como muy… no sé… como muy raro. Es una película extraña, la definiría así. Yo me fui del cine como con desazón. Luego me dije: “seré yo, a ver si voy a quedar de un ridículo aquí…” Pero luego empezó a comentarlo todo el mundo y pensaban lo mismo. Así que…Bueno, yo creo que no dieron con las claves de quién era Napoleón, que evidentemente era un tirano sanguinario pero, a la vez, el muñidor de lo que es ahora Europa. Era un puro contrasentido absoluto, es decir, su ejército trasladaba las ideas liberales y, a la vez, invadía países. Un contrasentido total.
P.: Siempre hubo ese debate…
R.: Claro, por eso es un personaje tan controvertido, ¿no? Pero, bueno, contra lo que luchaba tampoco era lo ideal [risas].
P: No, desde luego que el terror de los jacobinos no era tampoco…
R: Exacto, por eso…
P: Y luego, el absolutismo tampoco era la idea, claro…
R: Claro, y luego la unión del trono y el altar, y Fernando VII, y… Pero, no es de extrañar que hubiera afrancesados en España. La gente decía que, hombre, el Estatuto de Bayona era una carta otorgada, era impuesta desde arriba pero era mucho más liberal que la propia Constitución nuestra, la del 12, o sea que… Es decir, acabar con los privilegios, acabar con muchas cosas antes que nada, la Inquisición, por ejemplo. Es muy contradictorio. Esto en la película no está nada reflejado. Se ve a un tipo como perdido por el mundo que le pasan cosas, ¿no? [risas].
P.: Un impasible, un tío pusilánime, intrascendente…
R.: Sí… Incluso la relación de amor con Josefina es un poco confusa, en fin, esas formas… Mira, hay un hecho, incluso de la cuestión sexual. Napoleón era perfectamente consciente de que estaba muy enamorado de Josefina al principio, era consciente de que tenía un amante, el petrimetre que se llamaba Hyppolite, que era un tenientillo de húsares, pero que … Bueno, ya sabes que, cuando uno está muy enamorado, es capaz de tragar con cualquier cosa…
P.: Sí, se sabe, se sabe [risas].
R: Pero luego la cosa le vino al revés, porque luego la que estaba unidísima a él era Josefina, y él se tuvo que divorciar porque no le podía dar hijos y él necesitaba un heredero, etcétera. Pero Napoleón no podía hacer el amor como lo ponían en esa película, entre otras cosas porque cuando se casó con María Luisa, se fueron al castillo de Boulogne a encontrarse, se casaron allí y María Luisa le rogó que se quedara un par de noches más, o sea que… tampoco debía ser un inútil, ¿comprendes? [risas].
P: [Risas] Aún sabía… Sabía lo que hacía [risas].
R: Entonces, que lo pongan ahí, con el … perdóname la confianza… con el polvo conejero ese… no se lo cree nadie. ¿Por qué? Porque era un tipo inteligente… y un tipo inteligente no lo hace así [risas]. Digo yo, ¿no? [risas].
P: Totalmente. Yo, personalmente, creo que, teniendo en cuenta la oportunidad que podía ser de hacer una buena adaptación…
R: Claro, hombre…
R: Aunque hubiera ciertos matices históricos que pasases por alto o que decidieses eludirlos y sustituirlos por ficción, que es una licencia…
R: Que es una licencia perfectamente permisible. De hecho, el director, Ridley Scott, tiene obras… Yo con Gladiator me lo pasé bomba, ya sé que no es muy fiel a la realidad, pero es divertidísima.
P.: Es una gran película.
R: Claro, por eso…, ya la banda sonora y lo épica que es… Es fantástica. O incluso esta que había hecho sobre el reino de Jerusalén, El Reino de los Cielos, está chula también. Pero aquí, con Napoleón, no sé, parece un producto senil. Le falta fuerza por todas partes. Aparte, para los arqueólogos: ¿a quién se le ocurre pegarle un cañonazo a la pirámide de Keops? Esto es absurdo [risas].
P: Eso es una blasfemia. Totalmente…
R: [Risas]. O sea, el tipo que fundó la arqueología moderna, que consiguió, gracias a Champollion, traducir los jeroglíficos, resulta que era un salvaje que bombardeaba pirámides, ¡hombre…!
P. [Risas].
R: [Risas]. Eso no tiene ningún sentido [risas].
P: No, porque yo creo que una licencia creativa tiene que construirse a partir de un cierto rigor.
R: Claro, hombre… Sobre todo, en un personaje así… Por eso te decía: coge un personaje secundario que no conozca nadie dentro de un ambiente histórico, que también vale, y así no tienes que pasar esas desdichas después… Porque, fíjate, Napoleón era un tipo que tenía méritos propios, porque aparte era un matemático extraordinario, lo habían nombrado miembro de la Academia de Francia, discutía de geometría con Laplace, con Monge, imagínate… Se llevó a una cincuentena de científicos de primera línea a Egipto, que crearon la Egiptología, realmente… Pero nada de eso sale, parece que es un tarado que tira cañonazos a las Pirámides… [risas]. Aparte, la batalla está a 18 kilómetros de ahí [risas].
P.: Lo pintan como todo lo contrario, una versión muy bizarra de lo que representa Napoleón.
R: Correcto. Esa es la palabra. Un tipo bizarro y sin ningún interés.
P.: Claro, porque el verdadero Napoleón… ¿por qué crees tú, con todo lo que has estudiado sobre él, y después de muchos años de investigación, por qué crees que ha tenido ese calado social que ahora propicia ese fenómeno que, aunque no saliese como se esperaba, atrae la atención con tanta fuerza?
R: Porque era un tipo electrizante a la altura de otros de su estilo, como podía ser Julio César o Alejandro Magno. Un tipo que te cautiva con sus logros. Él decía muchas veces que las batallas no las ganaban los soldados, las ganaba él [risas]. Él con la ayuda de La Marsellesa, que es un gran himno, por cierto [risas]. Y era verdad: tenía un carisma, era absolutamente carismático, y luego tenía una serie de reflexiones que llaman muchísimo la atención. Él, de alguna manera, fue uno de los primeros en ver la posibilidad de la unificación italiana y de la unificación alemana, que aún estaba sin unificar, o lo que luego sería la Unión Europea. Tenía una vaga idea sobre eso, en función además de los principios de la Revolución: libertad, igualdad, fraternidad. Para entendernos, porque son palabras vacías, ¿no?: la idea de que todos los ciudadanos deben ser iguales ante la ley, que es una idea hermosísima, por un lado, y luego la necesidad de dotar al Gobierno de un Código Civil y un Código Penal que organice el sistema jurídico, la separación de poderes… Aunque luego de esto no hizo nada, porque era tan contradictorio que se empeñó en nombrar a sus mariscales y a su familia reyes aquí y allá. Ya sabes que la Casa Real sueca es Bernadotte, que era un mariscal, o aquí José I, que fue primero rey de Nápoles y luego rey de España… Les cambiaba las coronas como quien cambia el chacó a un soldado de reglamento… Tú p’aquí, tú p’allí…Claro, esa obsesiva manía corsa de confiar excesivamente en una familia que no era tan dotada como él es una de esas grandes contradicciones suyas. Pero, sin embargo, sus ideas eran superiores al personaje, en el sentido de esa capacidad de articular un mundo o de entrever un mundo que superara el Antiguo Régimen, que superara el absolutismo. De hecho, lo primero que hicieron los del Congreso de Viena, con Metternich a la cabeza y el traidor Talleyrand fue volver a las honduras, a las profundidades del Antiguo Régimen, Fernando VII incluido. Como sabes, lo primero que hace es abolir la Constitución de 1812. Quiero decir que él luchaba contra un mundo que estaba periclitando, posfeudal, digamos, de estamentos y estaba proponiendo el mundo moderno. Por eso es tan importante. Ahora, que lo hizo mal, de una manera tiránica, pues sin duda. Pero la idea estaba ahí.
P: Claro, pero luego la ejecución no es fácil. Yo creo que todos tenemos que, en cierto modo, ponernos en el lugar. No sabríamos, no podríamos… es inimaginable…. Pero entonces, a él se le puede definir como un visionario de lo que se fue construyendo después…
R: Sí, sí, efectivamente. Era un hombre que, diríamos, tenía las ideas muy claras. Por ejemplo, fíjate cómo se movía, un tipo que era ateo aunque luego pidió confesión antes de morirse, por si acaso, como tantos […], pero él tenía una visión muy clara de lo que era el pueblo, más bien de cómo era la idiosincrasia, la realidad del pueblo francés y, por extensión, el europeo. Y decía: “bueno, a estos les han quitado los curas y les han puesto una religión más ridícula, con la diosa Razón, con esas arquitecturas efímeras”, y decía “pues si el pueblo quiere sus curas, se los voy a devolver”, y devolvió el culto a Francia, por ejemplo. ¿Por qué? Pues porque sabía que había que congraciar lo que se podía rescatar de la tradición con la innovación que suponían las nuevas ideas políticas. Y eso recondujo también la locura del Terror francés a una Revolución más controlable, más razonable también, donde no ejecutaran a todo el mundo pues por lo que fuese. Treinta mil muertos había causado el Terror. En este sentido, era un hombre que defendía un cierto equilibrio en las cosas, y dentro de eso pues creía, estoy convencido, en el progreso, en los sistemas constitucionales. Otra cosa es que los cumpliera de aquella manera… [risas].
R.: Claro… Sin embargo, fíjate que era un gran administrador también, porque la deuda pública en Francia la controló, que estaba disparada por ser tiempos de guerra, y empezó a tener superávit el Estado, y el sistema de educación de los liceos todavía es famoso hoy en día. Luego, el sistema de prefecturas articulaba muy bien el territorio, y lo que te decía de la codificación, que permitía no tener que hacer como los ingleses, jurisprudencia permanentemente, sino que el juez pueda ir al artículo concreto que le viene de la Constitución, y esa aritmética tan bonita del sistema jurídico occidental basado en el romano. Y eso racionaliza mucho el trabajo de la judicatura, es una idea muy brillante, como tantas. Era tan brillante incluso en la ciencia que a Les Cases, que era su biógrafo cuando estaba ya en Santa Elena hecho polvo, le confesaba: “yo tengo para mí que la realidad tangible es mucho más compleja de lo que creemos; creo que estamos formados por partículas”. Fíjate tú… [risas].
P.: Era un tío ingenioso y formado, las dos cosas.
R: Sí, sí, sí [risas]. Con decirte que cuando grabó el Código Civil, en 1804, creo recordar, el Penal en 1810, Stendhal lo acogió con tanto gusto que, antes de escribir sus novelas, leía algún artículo del Código para inspirarse porque estaba muy bien redactado [risas].
P: Al final, Napoleón era un personaje muy versátil, singular y único en la Historia.
R: Único en la Historia, sí. Por eso te digo que con quién lo comparamos, pues con nadie, porque si tuviésemos que compararlo con alguien, pues con César o Alejandro Magno, esta gente con, digamos, visiones superiores de las cosas. Y luego, para los militares, ya sabes: la capacidad estratégica de Napoleón era extraordinaria. Su sola presencia ganaba batallas, pero no porque fuera especialmente icónico, sino porque sabía planificarlas. Sus conocimientos le permitían una red de intendencia superior a las demás. Y luego jugar con la reserva, los movimientos, el hacer avanzar a las tropas de noche para plantarse delante del enemigo cuando no te esperan… Menuda sorpresa. A mí me hacía mucha gracia unas pruebas que hizo en Alemania, en la batalla de Jena, por ejemplo, estaban los prusianos fortificados en castillos tremendos, un poco la línea Maginot, ¿no? … ¿Qué hizo Napoleón? Pues se fue a Viena directamente, pasando de los castillos, diciendo “ahí se quedan, a mí qué me importan los castillos” [risas]. Entonces, cae Viena, cae Austria [risas]. Tenía estas cosas.
P: Napoleón era un tío muy, muy singular. Muy particular.
R: Muy particular, sí. Hay que leerlo para entenderlo.
P.: Incluso leyéndolo, puedes correr el riesgo de tampoco entenderlo muy bien. Siempre pasa que, incluso conociendo, llegar a la comprensión completa es complicado.
R: Es complicado porque hay que estar en su cabeza. Aparte, tampoco era unívoco, un día decía una cosa y luego se arrepentía y decía otra, ¿sabes? Napoleón hay que estudiarlo por períodos, porque no es lo mismo. Es bastante complejo cualquier persona que tenga una trayectoria larga, ¿no?
P: No, claro, y más para los que sólo sabemos lo básico, que se nos queda en otra dimensión [risas]. Pero vamos poco a poco…
R: [Risas].
P: Y una pregunta para terminar. Como cualquier escritor, siempre hay proyectos en la cabeza, ideas nuevas, novelas o ensayo. Quería saber si ya estabas en proceso, en la confección de algún boceto para un nuevo libro…
R: Sí, en realidad estoy bastante ocupado este año porque, aparte de dar estas materias de Derecho en la UNED, hice un proyecto… Sabes que se habla mucho de la leyenda negra de España, aunque hay los negrolegendarios y los de la leyenda rosa, que son igual de peligrosos [risas]. Porque normalmente no son gente del campo de la Historia, son gente que se dedica más que nada a exaltaciones que tampoco vienen a nada. No buscan el dato. Entonces, me dediqué todo este año a hacer cursos en la UNED de Extensión Universitaria sobre la leyenda negra. Diseñé tres, el tercero aún lo tengo que dar, ya impartí los otros dos. Son bastante pesados, porque son doce horas de clase, y ahí lo que busqué fue, fundamentalmente, el origen de la teoría de la leyenda negra, y si era verdad o no que hay una leyenda negra sobre el Imperio español, que era más que nada España, porque el resto eran virreinatos. ¿Qué hay de verdad en aquello de “devuelvan el oro”, qué hay de verdad en el exterminio de los indios, qué sucedió de verdad? Bueno, de verdad hasta donde llega la historia que, como sabes, varía todos los días según los datos que van apareciendo.
P: Claro…
R: Me acuerdo que, el bueno de Hamilton hablaba de la revolución de los precios del siglo XVI y la gran caída del XVII, y luego aparece un tal Morineau y le dice que lo que pasa es que a la Bolsa de Amsterdam llegaba todavía más plata que antes, y que se la ocultaban al rey […] O sea, nuevos datos que te derrumban la teoría de golpe… Esto es muy divertido de explicar. Sería hablar sobre “leyenda negra: estado de la cuestión”, porque esto es susceptible de revisión. Eso me hubiera dado para un libro, sin duda, porque además lo tengo todo muy mirado ya, pero es complicado porque ahora todo el mundo escribe sobre eso. Ya lo hizo García Cárcel, y luego salieron Roca Barea y toda esta gente… Entonces es un tema que hay que dejarlo reposar ahí porque ahora está muy agotado. Está muy trillado ya. Entonces, como también me encanta la filosofía política, y esas cosas tan bonitas que son, por ejemplo, a lo largo de la Edad Media y luego de la Edad Moderna, esa dicotomía, digamos, entre el rey y el reino, representante y representados, y las resistencias al poder supuestamente absoluto del Antiguo Régimen. Que las hay y son muy numerosas, desde el asunto de los comuneros, tan célebre, pero también el tiranicidio de Mariana…Esta diferencia entre el poder real y el poder teórico es un tema para mí alucinante, muy curioso. Igual tiro por ahí. Sobre poder y oposición al poder en el Antiguo Régimen, que me apetece mucho hacer una síntesis sobre eso. Hay teorías muy bonitas sobre esto, y además están muy de moda. Si te fijas, aquí siempre pasa lo mismo: ahora estamos en una vorágine de que si el poder judicial está comprado por el Gobierno, que si está comprado por la oposición… ¿Qué es lo que preserva al ciudadano ante la justicia? Pues obviamente que los poderes corran lo más separados posible. ¿De verdad corren separados? Pues eso es lo que hay que mirar. Porque una cosa es la teoría y otra la práctica.
P: Es una temática que sí es muy oportuna para el momento político en el que está España.
R: El poder y la resistencia al poder, por entendernos. Tenemos toda la Escuela de Salamanca, Fray Luis de León estuvo en la cárcel, Mariana es la inspiración de la Revolución Francesa (la Marsellesa), por eso la representación de la Revolución se llama Marianne, que es una señora con gorro frigio y la bandera tricolor. Eso viene de Juan de Mariana, de su teoría del tiranicidio. ¿Por qué Felipe II asesinó a Escobedo, porque tenía miedo de que buscara un gobierno más justo? Es muy bonito estudiar esto. Y hacerlo así, en plan divulgación, pues también. Y luego en cuanto a novela, los de Edhasa me echan de menos, porque hace años que no escribo novela, y tenían ganas que hiciera algo sobre el Camino de Flandes, que es muy bonito también, aquella obra de Geofrey Parker, de los tercios que subían desde Génova hasta Flandes cruzando toda Europa entre territorios que pertenecían al rey. Eso también puede dar para una novela interesante. Cuando acaben estos cursos me pondré a ver qué hago.
P: Desde luego, trabajo tienes de sobra. Mucho para pensar, mucho para confeccionar…
R: Bueno, y aparte tengo la inspección educativa [risas].
P: De inspector supongo que se ve de todo [risas].
R: De todo, de todo. Eso daría para otra novela [risas]. Porque ahora ha cambiado mucho la cosa. Hoy en día todo el mundo protesta por todo, y es inaudito a veces.
P: El tema del sistema educativo da para otra entrevista, una columna…
R: Y para una conferencia [risas]
P: Totalmente. Bueno, por mi parte nada más. Te agradezco mucho que me hayas atendido tan amablemente, y que hayas accedido a esta entrevista.
R: Para mí es un verdadero placer. Encantadísimo.
P: Seguro que algún día te contactaré para escribir una columna sobre un tema que te apetezca, con toda la libertad del mundo. Por mi parte, un placer, porque para mí, fuera también del trabajo, agradezco mucho escuchar a una persona que sabe mucho, que habla con propiedad y que habla con pasión.
R: La verdad es que disfruto mucho con esto, sí.